23 de agosto de 2022
Argentina en la edad del pavo

Texto: LUCAS DEFEIS Ex candidato a Diputado Provincial por Avanza Libertad
¿Cuándo será el día que los argentinos abandonemos la adolescencia como sociedad para empezar a comportarnos como adultos? Entendiendo comportarnos como adultos como empezar a hacernos cargo de las decisiones que tomamos, los caminos que elegimos, los políticos que votamos. Porque desde 1810 hasta hoy nunca nos hicimos cargo de nuestras decisiones y nos negamos sistemáticamente a asumir las consecuencias de las mismas. ¿Cómo es que hacemos esto? Veamos…
Primero elegimos un camino a seguir, y después votamos a una persona para que lo lleve a cabo, aunque mucha gente piense que es al revés, que son los políticos los que nos llevan por el camino que ellos quieren (darnos cuenta de esto es fundamental para empezar a solucionar el problema). Los políticos en general, pero sobretodo los argentinos, no suelen ser personas brillantes, la mayoría ni siquiera son muy despiertos, simplemente son especialistas en decir lo que los demás quieren escuchar. Si hay algo que podemos reconocerle a los políticos es su habilidad para detectar lo que la sociedad está demandando en un momento histórico particular, y remarco estas últimas tres palabras porque los argentinos somos adictos a demandar una cosa, y pocos años después demandar exactamente lo contrario, siempre de la forma más efusiva y “barrabrava” posible.
Una vez que votamos al candidato que más eficientemente interpretó nuestras demandas y mejor se acomodó dentro de las internas partidarias, comienza el periodo de luna de miel, en el cual todo lo que hace el flamante gobernante está bien. Absolutamente todo lo que toca este súper político se transforma en oro, en correcto, en necesario y evidente. Una abrumadora mayoría de la sociedad se encarga durante este periodo de justificar sistemáticamente todo lo que esta persona hace o dice. Durante la primera etapa casi no hay lugar para disidencias y los medios de comunicación, también interpretando la demanda de la sociedad y no al revés, ridiculizan a todos los que osen intentarlo. En la segunda etapa empiezan a aparecer las primeras evidencias irrefutables de la naturaleza humana y no divina del gobernante, y las primeras voces valientes, las que hablan por convicción, junto con algunos pocos enemigos particulares del político o de su partido, interesados solamente en poder derrocarlo para tomar ellos su lugar. Para la tercer etapa ya las voces en contra superan a las voces a favor y la sociedad al no ver resultados empieza a cuestionar al gobernante y al camino que supuestamente eligió por ellos. Comienzan así las especulaciones de medios de comunicación y demás políticos: ¿Conviene seguir apoyando o es hora de apostar a un nuevo candidato a futuro?
Llegamos así a la cuarta etapa, donde la sociedad ya no tiene ninguna duda de que todos los males que la aquejan son producto del mal camino que el gobernante eligió para ellos, y por lo tanto todo se resuelve cambiando de nombres.
Es en este momento que sucede un fenómeno increíble y digno de estudio por parte de la comunidad científica mundial en su conjunto: la sociedad elige a otro gobernante que promete seguir el mismo camino que su antecesor, pero espera esta vez tener un resultado diferente. La propuesta del mismo camino suele darse por omisión, dado que la mayoría de los políticos ni siquiera dicen que camino quieren elegir porque no es necesario, la sociedad elige en base a otras “cualidades” como aspecto, género, religión, club de futbol, vestimenta, oratoria, pareja, amigos, vida sexual, carisma, humor y el siempre infalible “cara de…”.
Es una forma muy particular realmente la de los argentinos de hacer política. Elegimos gobernantes por distintos métodos. A veces por votación democrática, a veces por demanda popular, a veces por consenso, a veces por la fuerza, a veces por imposición, pero siempre elegimos nosotros, los ciudadanos. Siempre que hubo un nuevo gobernante hubo un resultado contundente en las urnas, o una Plaza de Mayo llena, o un Obelisco colmado de gente, o un desfile triunfal festejado desde balcones. Sin embargo la gran mayoría de nuestros gobernantes terminaron siendo defenestrados y culpados por todos nuestros males sin que se oyera a absolutamente nadie decir jamás: en esto yo también tengo algo de culpa. No, la culpa es toda de ellos que no hicieron lo que les pedimos. Por eso vamos por la vida dando volantazos buscando encauzar el auto sobre la ruta, pero no hacemos otra cosa más que pasarnos de una banquina a la otra, cuando no andamos directamente por el pasto… por eso nos pasamos casi toda nuestra historia de revolución en revolución, porque la culpa era del tirano que nos tenia secuestrados a todos nosotros de alguna extraña manera y necesitábamos una revolución que nos liberara. Cuando fallaron todas en el objetivo final de traer paz y prosperidad a esta tierra, decidimos recién ahí cambiar el método. Probamos con planes y procesos, pero siempre identificados con una persona, con un gobernante supremo o súper ministro, alguien que encarnara todas nuestras esperanzas, o recibiera toda nuestra ira de ser necesario. Nunca, o muy pocas veces y en muy pequeña escala, probamos con definir un camino a seguir, una ideología clara y concisa, algo que estuviera por encima de los nombres. Pero claro, ese es el camino difícil, el que si sale mal o no produce los resultados esperados nos va a dejar en evidencia como los culpables. Cuando elegimos una ruta para llegar a un destino y a mitad de camino nos damos cuenta que estamos yendo hacia otro lado no podemos enojarnos con el auto, o con el asiento, o con la radio. O si, podemos, y es exactamente lo que de manera muy infantil estamos haciendo los argentinos hace 200 años, enojarnos con el conductor cuando el camino lo elegimos nosotros, y fuimos nosotros los que le dijimos: andá por acá. Después nos pasamos la mitad del viaje discutiendo si un conductor es mejor que el otro porque escucha AM y el otro FM, porque uno baja la ventanilla y el otro prende el aire, porque uno tiene el auto más limpio o más sucio que el otro, pero la realidad es que nos estamos haciendo los tontos para no asumir nuestro error, cual adolescentes. ¿Quién puede decir si es mejor viajar escuchando AM o FM? Se nos va la vida discutiendo estas cosas y cada minuto que pasa estamos un km más lejos de nuestro objetivo. El auto ya casi no da para más. Es hora de agarrar el mapa de una vez, decidir hacia donde queremos ir y trazar una ruta clara hacia ese destino. Lo demás no importa, siempre y cuando vayamos en la dirección correcta.