El Grito Silencioso de la Guardia: Un Llamado Desesperado desde el Hospital del Kilómetro 32
La escena se repite una y otra vez en las guardias de los hospitales públicos, transformándose en una cruel ruleta donde la vida y la muerte se juegan en la espera. El Hospital del Kilómetro 32, lejos de ser una excepción, se erige hoy como un crudo símbolo de un sistema de salud al borde del colapso, donde la inacción y la falta de recursos se cobran vidas a plena luz del día.
El testimonio de un paciente que prefirió mantener su anonimato, pero cuya voz resuena con la angustia de quien presenció lo impensable, dibuja un panorama desolador. "Estuve 12 horas esperando con una angina de pecho", relata, mientras los minutos se convertían en horas y la incertidumbre en desesperación. Pero lo que ocurrió a su alrededor trasciende cualquier padecimiento personal.
En esas mismas horas de espera interminable, un joven de apenas 17 años, que había llegado a la guardia tras jugar a la pelota, se desplomó en su silla de ruedas. La muerte lo encontró sentado, a la vista de todos, después de una agónica reanimación que no pudo torcer el destino. "Los enfermeros le hicieron RCP y el pibe murió, 17 años de edad", relata la fuente, con la voz cargada de impotencia.
La tragedia no terminó ahí. Poco después, un hombre adulto con dolor abdominal, deambulando entre la camilla y el oxígeno, sufrió un coma diabético que lo llevó a la muerte. Dos vidas jóvenes y adultas se esfumaron en la misma sala de espera, en menos de un día, dejando un reguero de preguntas sin respuesta y una herida abierta en quienes presenciaron la escena.
Estos casos, lejos de ser aislados, son un reflejo de una realidad que exige ser atendida. La falta de camas, la escasez de personal médico y de enfermería, y la precariedad de los insumos esenciales transforman las guardias en un campo de batalla desigual, donde los pacientes luchan por su vida mientras el reloj avanza implacablemente.
"Hay tantas cosas que deberían publicar", sentencia el testigo, quien también recordó la tragedia de Pablo, un excompañero, cuyas secuelas perduran hasta hoy. La memoria de quienes se fueron en estas circunstancias debe ser un llamado de atención urgente a las autoridades sanitarias. La vida es un derecho, no una lotería. Es hora de que los hospitales, y en particular el del Kilómetro 32, dejen de ser un lugar donde la gente va a morir esperando, y vuelvan a ser un espacio donde la salud y la vida se preserven con la dignidad y la atención que merecen.